Hace un par de años en unas vacaciones en Galicia volví a descubrir el encaje de bolillos. Tengo debilidad por el encaje, me encanta, no he visto nada más sensual y delicado, tan femenino siempre. Me gusta para vestir sin exagerar, también, en pequeñas dosis, para los manteles, en toallas, sábanas. Poquísimo práctico, lo reconozco, pero hace precioso. Volveré otro día sobre encajes diferentes, hoy toca el de bolillos que es algo especial y al que voy a dedicar varias entradas.
Las mujeres de antes que hacían Magisterio -me refiero a la generación de mi madre, es decir, las que estudiaron carrera o lo que fuera a finales de los años 40, principios de los 50- tenían que saber hacer bolillos, lo exigía el programa para ser maestra. Por eso yo he visto los bolillos esos cuando era pequeña en alguna caja de costura.

Allí había mujeres palillando, el ruidito ese constante, todas con su almohadón y sus alfileres y dándose palique, la charla de compañía al ruido de las maderas. En el castillo de Vimianzo, un poco más en el interior de la Costa da Morte, también había palilleras dale que dale, "falando galego" a toda velocidad y a a toda velocidad con la labor. Interesante lugar ese castillo para conocer artesanías diversas, no solo el encaje, mucho más.